Ni cañaverales ni bateyes
La historia de la industria azucarera, desde la instalación del primer trapiche en el continente americano hasta el surgimiento de los grandes y modernos ingenios, ha estado plagada de explotación, miseria, atropellos y saqueos.
De hecho, y como si fuera un designio maléfico, alrededor de la industria ha habido sonoros crímenes que si bien no se pueden atribuir directamente a la actividad empresarial, es como si ella atrajese malos espíritus.
Lo que no se puede negar es que las poblaciones que regularmente se levantan adyacentes a los ingenios azucareros languidecen bajo una miseria implacable y sufren—como dijo el poeta César Vallejo— “…como si fuera el odio de Dios”.
Sin embargo, no es el odio de Dios que cae sobre esas poblaciones, sino la codicia de quienes se lucran de la miserable existencia de los bateyeros, cuyos poblados languidecen a orillas de los cañaverales, pues la caña es un cultivo no amigable con ninguna otra planta que pueda proporcionar sustento al ser humano.
“…la caña cortada se la come el sol/ si la paga es mala hay algo peor/ y son las entrañas de aquel pesador/ y el otro que llaman administrador…”. Del genio creativo de Ramoncito Díaz, cantado por Johnny Ventura. Gráfico.
Es por esa historia deleznable que múltiples agrupaciones y personas individuales en o vinculada a la vida de las poblaciones desde Paraíso hasta Oviedo en las provincias de Barahona y Pedernales, nos oponemos, resueltamente, a que las grandes extensiones de terrenos en la zona sean utilizadas para la siembra de caña.
Sabemos que se mueven intereses poderosos que procuran hacerse de esos terrenos para el cultivo de caña destinada como materia prima para el ingenio Barahona, que en realidad no necesita nuestras tierras.
Y sabemos también que en las condiciones actuales en que desde instituciones del Gobierno se arma toda suerte de tropelías, no es descartable que nos topemos en cualquier momento con una disposición que otorga los terrenos para los fines buscados.
Si bien el senador Dionis Sánchez obtuvo recientemente del director del Instituto Agrario Dominicano la seguridad de que ese asunto no se ha decidido allí, lo más aconsejable es no creerle ni media palabra.
Y estar atentos, pues la llanura desde Los Cocos, en Enriquillo, hasta la sabana Sansón, en Oviedo, asoma como una tentación irresistible para que funcionarios con una altísima probabilidad de abandonar sus puestos dentro de unos meses, se sientan tentados a “liquidarse” por esa vía.
Ha de quedar establecido que no queremos en Enriquillo, Oviedo y otros lugares que nuestra gente muera a orillas de cañaverales viendo cómo se arrastran en camiones— “como caña para el ingenio”—los últimos vestigios de su esperanza.
El autor es periodista.
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