En los años 60 de la Era de Cristo, el Apóstol Pablo advirtió acerca del “carácter de los hombres”, y lo definió de esta manera: “Soberbios, ingratos, blasfemos, traidores, impíos, calumniadores, crueles, sin templanza, enemigos de lo bueno, impetuosos, engreídos, amadores de sí mismos (con una egolatría que espanta), vanidosos, avaros, soberbios y amadores de los deleites más que de Dios”. Como en aquellos tiempos, hay de todo en la viña del Señor. No existe en el planeta un solo resquicio, habitado por hombre o mujer, que escape a las miserias humanas. Pero no ha de extrañar. Ya lo advertía el Apóstol Pablo, Saulo o Paulus, tres nombres con los que se le conoce en las Sagradas Escrituras al “Apóstol de los Gentiles”. Así es el carácter del hombre: guabinoso (como el pez guabina, de agua dulce y resbaloso ), voluble, camaleónico, oportunista. Pablo, el ferviente defensor de Jesús, quien más contribuyó a la expansión del cristianismo, y en sentar las bases para su desarrollo doctrinal y teológico, anticipó a su generación y a las posteriores de que “en los últimos días vendrán tiempos peligrosos”, segunda carta (Timoteo 3:1). Hay, pues, que actuar en estos tiempos igual que Pablo. A los que se consideran Mesías del periodismo en este lar vernáculo, que han derivado en persecutores como lo fue Pablo en su fariseísmo juvenil, no debemos hacerle caso. Como aconseja el apóstol en la segunda epístola: “A esos, evítalos”. Dejad que sigan haciendo sus vidas miserables, acarreando odio y propagando rencor. La enseñanza paulina, pues, es tan vasta que las 14 cartas pastorales y demás escritos que se le atribuyen, hoy día constituyen un armazón escritural de una enseñanza espiritual y vivencial, que ha servido de ejemplo, generación tras generación. Una de las enseñanzas que Pablo asimiló de sus viajes universalizando el cristianismo, más allá de las fronteras judaicas, tiene que ver con la observancia minuciosa del carácter de los hombres. Hay que abrevar de la sabiduría de Pablo, el que persiguió a los cristianos fuera de las fronteras de Roma o Jerusalén para azotarlos y humillarlos; Pablo, el que luego fue perseguido por su defensa a Jesús; Pablo, quien presenció y se hizo cómplice de la lapidación del diácono Esteban. Pablo, que padeció la oscuridad permanente, tras aparecérsele Jesús camino a Damasco, Siria, donde iría a perseguir a los partidarios del Maestro; Pablo, aquel que recobró la visión para dejar una de las mejores narrativas de la época acerca de la historia de Jesús y de su doctrina cristiana. Pablo, el más culto entre los apóstoles, entregado por completo a las enseñanzas de Jesús, y uno de los que más millas recorrió para llevar la evangelización; Pablo, el de la iniciativa para sacar al cristianismo de las sinagogas judías, lo que se le facilitó por el dominio de cuatro idiomas. Pablo, por tanto, uno de los que más conoció las debilidades humanas, pudo dejar impresa la historia de los pueblos y de los hombres del Mediterráneo por su dedicación a conocer y a escribir. Si las murallas del cristianismo hoy se erigen más allá de Roma, de Jerusalén o Palestina, los primeros bloques para edificarlas fueron colocados por Pablo. La persecución, el encarcelamiento y las vicisitudes no hicieron doblegar su fe en el hijo de Dios. Pablo tampoco escapó de la traición. En el año 66, un falso hermano lo delató, por lo cual fue detenido en un pueblito de Roma, donde se dice escribió la Epístola a Timoteo, la misma a la cual he venido haciendo referencia en este artículo. Encerrado en una patética cárcel, llegó al día de su muerte aferrado a la idea de sufrir por Cristo Jesús. Si Pablo, ese gran apóstol, ilustre propagador del cristianismo fue perseguido, lastimado, encarcelado, y luego decapitado con la espada por su condición de ciudadano romano, qué no dirán o planificarán contra nosotros los mortales. Sin albergar pretensiones, ¡jamás!, de similitud en mi modesta vida con la de Jesús o la de Pablo, me aferro al saber del Pastor de los Gentiles, cuando dice: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”; más los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”. Cuando el índice se haya levantado para acusar, Pablo aconseja: “persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido”. En la primera carta (Timoteo, 4), Pablo previno que “en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios”. Apóstatas los ha habido siempre, por una u otras razones, allá ellos con sus acrobacias. Quien está convencido de una causa, no puede ser entretenido por habladores o inquisidores. Toda aquella tarea evangelizadora que llevó a cabo Pablo estuvo motivada por su profunda convicción sobre Jesús y la misión encomendada por el Maestro; no estuvo inspirada por prebendas, que parece ser la única razón de respirar de ciertos especímenes. Que Dios cuide, dé luz y paz a los acusadores.