Desde los primeros años del siglo XX, muchas naciones festejaban el Día de las Madres en diferentes fechas. En el caso de las naciones latinoamericanas la mayoría lo hacían el último domingo de mayo, lo que influyó en el caso dominicano. En nuestro país la fiesta a las madres es más reciente y se inició después de la desocupación norteamericana, durante el gobierno del General Horacio Vásquez, en 1926. Se tiene a Doña Trina de Moya, su esposa y a Ercilia Pepín, educadora de Santiago, como las primeras en propiciar la festividad. En 1926 se constituyó en Santiago de los Caballeros el primer Comité Pro-Día de las madres y se estableció como símbolos el clavel rojo para la madre viva y una azucena o nardo para la madre fallecida; todos se propusieron vestir de rojo o blanco según el caso. Aquel día quedó establecido por ley de manera oficial con número 370 de 1926; en ella se declaraba que el homenaje a las madres debía celebrarse el último domingo del mes de mayo, como todavía sucede. Aquel solemne día la primera fiesta a las madres fue el 30 de mayo y para ello se organizaron actos públicos y escolares, veladas, visitas colectivas al cementerio y se publicaron opúsculos motivando las razones del homenaje. En su escrito, que Ercilia tituló “Invocación en el día de las madres”, en 1926, la educadora de Santiago definió aquella celebración como una tendencia a la humanización de la existencia del pueblo dominicano y le cantó a todas las madres exaltando su amor, patriotismo, bondad, gratitud y desprendimiento. Las consideró guías de las generaciones, en las que el sufrimiento del doloroso devenir del pueblo dominicano encarnó el sentimiento de la dominicanidad, para que los hijos agradecidos aprendieran a construir la patria. En mayo de 1928 Ercilia Pepín volvió a escribir sobre el Día de las madres, ratificando su criterio de que ellas eran el símbolo que debía ser permanentemente reverenciado y que en ese día especial debía rendirse culto a la madre viva y a la madre muerta, a la madre propia y a la madre ajena. Aquellas fiestas a las madres, en las primeras décadas, no incluía el derroche de dinero, ni el regalo costoso: era más apreciado regalar ramos de flores, abrazos, besos, cariño. Preparar exquisitos banquetes, tomar algunas bebidas naturales, se cantaba, declamaba. Pasarse el día acompañando las ancianas, disfrutando de un pasadía en compañía de las familias, que se reunían expresamente para ese fin. Hasta los que no tenían madre, por no haberla conocido, se entregaban a esta fiesta que se fue haciendo nacional. Hoy, y desde hace décadas, todo ha ido cambiando; los claveles y las rosas han ido desapareciendo de la costumbre. Ahora todo se resuelve gastando algún dinero en las tiendas y es raro escuchar la canción que marcó la primera celebración, escrita por Doña Trina de Moya, que todos cantaban en las escuelas y que se entonaba a coro en todos los hogares: “Venid los moradores del campo a la ciudad/ entonemos un himno de intenso amor filiar/ cantemos de la madre su ternura y su afán/ y su noble atributo de abnegación sin par/ Celebremos todos la fiesta más bella/ la que más conmueve nuestro corazón/ fiesta meritoria que honramos con ella/ a todas las madres de la creación/…/”. La costumbre se enraizó en el pueblo dominicano y aunque la forma ha variado, marcado por el interés comercial, el fin perseguido por Ercilia Pepín y Doña Trina de Moya, se mantiene: el Día de las Madres, forma parte de nuestra cultura y es la fecha, después de algunas fiestas cristianas, más celebrada por los dominicanos.Ercilia Pepín