Con el Presidente, ¡Siempre!
Con el Presidente, ¡Siempre!
Cuando culminaron los comicios electorales del año 1994, y donde el peledeísmo obtuvo apenas un 13 por ciento, un grupo de periodistas que apoyamos las tareas de comunicación tanto del profesor Juan Bosch como del candidato vicepresidencial, doctor Leonel Fernández, fuimos objeto de un tratamiento especial de parte del Comité Político para que pasáramos a jugar un rol permanente de colaboración profesional.
Desde ese momento, mi vínculo político y de amistad con el doctor Leonel Fernández, quien fue escogido para que orientara al grupo. Varias reuniones hicimos, pero el enlace designado no había dado señales de vida.
Trabajaba en el vespertino El Nacional para entonces. Decidí visitar al doctor Fernández en su oficina de abogados, en el edificio Diez, de la calle El Conde, donde su entrañable amigo, el doctor Abel Rodríguez del Orbe, le había dispensado un espacio en su bufete.
Cuando llegué a la oficina, en horas de la tarde, con el fin de saber la disposición que tenía el doctor Fernández para servir de orientador de ese organismo especial que el Comité Político le había dado la oportunidad de orientar, lo encontré trabajando en su escritorio. Así me recibió, escribiendo un Acto Notarial para unos clientes de Miami.
Por unos diez o quince minutos dejó de teclear para ponerme atención. Mi visita, además de saludarle, tenía el objetivo de que Fernández pudiera explicarle al grupo, a través de mi persona, si estaba en la disposición de servir de enlace del Comité Político.
Fernández tuvo que dedicarse en cuerpo y alma, como candidato vicepresidencial en la boleta peledeísta, a los fines de poder cubrir los escenarios que Bosch, por razones de edad, estaba imposibilitado de hacer acto de presencia. Es por ello, que si se guardara la agenda de Fernández, se podrá verificar, sin temor a equívocos, que éste prácticamente anduvo la geografía del país de palmo a palmo, varias veces, lo que le sirvió para dar a conocer su nombre en los campos más remotos.
Esa intensa campaña de los comicios del año 1994 le obligó a descuidar la oficina que compartía con Abelito y otros abogados. Esa era la razón por la cual el doctor Fernández no había asistido a los primeros encuentros de ese organismo especial. Me explicó su ausencia y todo el grupo lo comprendió.
Fernández me manifestó que sus trabajos de abogado habían mermado por un año de campaña y que tenía que dedicarse a restablecer contactos con sus clientes.
Pero lo importante de esa conversación no radicaba en el empeño que puso para explicarme el motivo de su ausencia, sino en la visión que tenía del proceso electoral venidero, en el que, según el parecer en la opinión pública, el doctor José Francisco Peña Gómez era el seguro presidente en las venideras elecciones del 16 de mayo de 1996.
Para el joven abogado -así me lo explicó-, la organización fundada por el profesor Juan Bosch debía jugar un rol estelar en el certamen que se llevaría a cabo en aquellas elecciones, en las que se inauguraba el esquema de doble vuelta.
De acuerdo con el análisis que me hiciera en aquella ocasión el doctor Fernández, la organización a la que pertenecíamos tenía que hacer tres cosas: Una primera, me explicó, era escoger el candidato presidencial antes que los perredeístas y reformistas, de manera que pudiera lograr un buen posicionamiento, a los fines de romper con el bipartidismo que hasta la fecha monopolizaron aquellas dos organizaciones.
Una segunda meta del partido de Bosch era la de organizar una campaña política al estilo de las norteamericanas, en la que jugaban un papel primordial el marketing, la propaganda política y una estrategia de comunicación bien pensada. El tercer elemento, tenía que ver con una aguerrida campaña de finanzas, de manera que la organización penetrara en estamentos empresariales que estuvieran dispuestos a cooperar. Si esto se cumplía al pie de la letra, me dijo, “nuestra organización jugará un rol estelar en la segunda vuelta”. Pero ni remotamente se pensaba en un triunfo.
Esas tres premisas, planteadas en el edificio Diez, se cumplieron una tras la otra, y el doctor Fernández ganó en segunda vuelta, el 30 de junio de 1996, al doctor José Francisco Peña Gómez, que siempre lo subestimó.
Su visión de largo plazo, desde antes de ser Presidente de la República, nos decía a todos la dimensión de este joven político, su potencialidad y, a la vez, desprendimiento para alcanzar metas personales que desde otro punto de vista se observan alcanzables. Esa fue su diferencia desde el principio, colocándolo en un sitial de primacía en la historia dominicana.
Quien conoce al doctor Fernández desde aquellas jornadas teóricas, debajo del árbol de quenepa en el patio de la Casa Nacional, a principio de la década de los ochenta, sabe que el Presidente no es un hombre apegado a bienes materiales ni a posiciones. Desde entonces dio muestras de desprendimiento.
Su popularidad a lo interno de la organización desde antes de ser una figura pública conocida ha estado en un primer sitial. Cuando era baloteado para cargos a diputados, el doctor Fernández sobresalía con una votación tan alta como los líderes tradicionales. Desde esa época, sus amigos más cercanos se enojaban con él porque, a pesar de resultar en los primeros lugares de votaciones, se le sustituía para colocar a otras figuras más prestantes del peledeísmo en lugar de él. Pero nunca dijo nada.
Con la calma que le es propia, el doctor Fernández nunca demostró ambiciones de ningún tipo. Eso explica el por qué a pesar de que tenía una alta aceptación en las filas de su partido, nunca ocupó un puesto ni siquiera de regidor.
Volvió a repetir de nuevo su desprendimiento, como él explicara en su discurso, cuando en el año 2000 dos dirigentes reformistas le pidieron que se postulara, pues conseguiría el apoyo del doctor Joaquín Balaguer. Sin embargo, el presidente Fernández lo rechazó.
Insistir en que el presidente Fernández se vio obligado a echar para atrás un proyecto de reelección “porque se sentía acorralado”, como señalara un chusco, solo cabe en cabeza de un necio, que no ha hecho más que medrar en los medios de comunicación con una tímida presencia que la debe a la generosidad de los ejecutivos de medios. Es el tipo de gente que está descalificada para hablar de política, a pesar de su profesión, porque en el momento que se baloteó para candidato a diputado, alcanzó el ridículo porcentaje de OOOO.OOO1 por ciento del total de los electores. Esa incapacidad para hacer un partido y ganarse el favor del pueblo mantiene a este tipo de gente frustrada.
El que así habla, graduado de politólogo, ni siquiera ha tenido valor y fuerza para llevar un candidato a regidor por la común de Los Charamicos. Ese es el tipo de individuo insertado en la llamada sociedad civil que sin ganarse el respeto del pueblo, trabajando por los problemas de la gente, quiere que le llueva del cielo una posición pública. Hay que guardarse las frustraciones y dejar que quien ha sido exitoso políticamente disfrute sus logros, como el doctor Fernández.
Con la posición asumida el pasado viernes, el presidente Fernández muestra la calidad de estadista que tiene el país, y con la que debe contar el continente para futuras jornadas en la lucha por la democracia, la justicia social y el fortalecimiento institucional.
- Rafael Núñez
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