Por RAFAEL NUÑEZ


En el camino por carretera de Madrid a Salamanca, la comitiva presidencial hizo una pausa en la pequeña bodega pueblerina de San Andrés. Para sus poco menos de 300 pobladores fue un acontecimiento ver a un Presidente dejar su automóvil, cruzar la avenida con sus seguridades y pedir algo para mitigar la sed y el hambre.

Después de una breve conversación con algunos de sus residentes, en la que se incluyó una legión de chicuelos, el presidente Leonel Fernández con su comitiva siguió hacia Salamanca, disfrutando del paisaje sobre el cual se erigían, como fantasmas, unas gigantescas torres cuyas aspas se movían por los vientos salmantinos, abriendo-de esa manera- las puertas de par en par al proyecto de energía eólica, de gran expansión en toda España.

En Madrid habíamos cumplido con una cargada agenda para abrir nuevos contactos y reafirmar otros. El trajín de las actividades en la capital española, había dejado huellas en más de un miembro de la delegación, pero atrás quedaron los frutos.

Ahora, en una carretera con un trazado casi perfecto, nos acercábamos a Salamanca, la ciudad de la cultura, de sus universidades e intelectuales, la ciudad a la que un día del 1891 llegó Miguel de Unamuno para quedarse.

Luego de serpentear por las adoquinadas calles de Salamanca, llegamos exhaustos al hotel Palacio San Esteban, en Arroyo Santo Domingo 3. El miércoles 20, temprano de la mañana hacía un frío que llegaba hasta los huesos, muy a pesar del sopor de las tardes.

Con aquella tolerancia y amplitud de espíritu de la que hablaba Miguel de Unamuno, nos recibieron las autoridades de la Universidad de Salamanca, en la cual este escritor de Bilbao sentó cátedras y prestigió el centro de altos estudios.

Como si la historia estuviera dibujada por las casualidades, el presidente que llegaba para encabezar la entrega de becas a 240 estudiantes latinoamericanos, procedía de aquella Hispaniola donde los religiosos dominicos salmantinos se establecieron a finales de 1510.

De Salamanca vinieron para esa fecha a Santo Domingo con sus bártulos repletos de conocimientos y de cultura, con almas sensibles que luego defenderían a los autóctonos de los abusos españoles, entre ellos Pedro de Córdoba, Antonio de Montesinos y Bernardo de Santo Domingo.

Salamanca no es como Madrid. Como decía Unamuno en “Andanzas y Visiones Españolas”, se respira un bullicio moderado, que se puede apreciar en la Plaza Mayor, frente al convento de los padres Dominicos o por el convento e iglesia de las Ursulas.

Ya en la Universidad de Salamanca, próximo a la calle de Los Libreros, levantados aún como si esperaran el ataque de los intrusos, permanecen los viejos muros, tallados con piedras únicas, resguardando la universidad. Con sus “grafitis” indicando los nombres de los primeros ilustres egresados en cada una de las ramas, los muros parecen guardar los secretos de la universidad más vieja de Hispanoamérica, donde también reposan las pertenencias de Unamuno: sus plumas, su cama, sus espejuelos y cuantas cosas más, guardadas con celo por las autoridades del centro de altos estudios.

Para tranquilidad de los huesos del legendario rector, prolífero escritor de los más hermosos textos paisajísticos españoles, en la Salamanca de hoy no se respira el aire de los republicanos porque, como bien decía Unamuno, esa categoría política se derritió…y el tiempo se los llevó.
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